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PUERTAS ABIERTAS

Dios expande el reino por medio de puertas abiertas. Le interesa primero abrir muchas puertas en vez de abrir una sola y esperar a que se convierta ese solo territorio. Puerta que Dios abre, nadie puede cerrar, como dice Apocalipsis 3:7,8:

“Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre. Yo conozco tus obras; he aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar; porque aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra y no has negado mi nombre”.



   Ejemplo de esto es al apóstol Pedro, a quien se le dieron las llaves del reino. Las llaves son para abrir puertas, y Pedro abrió la puerta a los judíos con el mensaje cristiano, y también a los gentiles. El no fue el apóstol de los gentiles, ni el único ministro a los judíos, pero sí el que abrió la puerta de estos dos grandes pueblos a través de dar el primer mensaje evangélico pentecostal a cada uno de ellos, uno en Hechos 2 el día del Pentecostés, y el otro en la casa de Cornelio como se nos relata en Hechos 10. Así, pues, después de estas dos ocasiones, la puerta quedó abierta a estos dos grupos, de los cuáles aún no se ganaba ni uno de los dos entero de momento, pero la puerta ya había quedado abierta, y el evangelio tenía hacia donde correr. De este modo, ya la palabra corría en dos direcciones, no solo hacia una, ya los ángeles quedaron puestos en posición de ataque hacia dos frentes, ya la acción y la posibilidad delante de los creyentes se expandía hacía allá.

   Pablo usaba el mismo principio. No esperaba ganarse una ciudad o aldea entera para luego pasar a la otra, pero establecía representación de Cristo en cada ciudad. Aunque pareciera lógico hacerlo, sería inefectivo porque no todos se convierten al mismo tiempo. Con este modo, pues, a partir de que se establecía una iglesia, cada ciudad tenía una hoguera encendida a la cuál el que de esa ciudad quisiera podía acudir y llevar a su casa para alumbrarse. Ya esa colonia tenía la luz encendida, ya tenía el servicio, solo había que suscribirse a él y conectarse.

   Otro ejemplo bíblico de esta estrategia de expansión en Hechos es el de cómo fue abierta la puerta a los tres grandes bloques raciales provenientes de los tres hijos de Noé, de cuya descendencia se halla poblada la tierra, según se nos detallan en Génesis 10 las regiones a las cuáles se fueron a habitar estos. En la conversión estratégica del eunuco etíope, Saulo de Tarso y Cornelio, se abrió la puerta a los hijos de Cam, Sem y Jafet respectivamente, de quienes estos tres personajes convertidos extraordinariamente eran hijos. No simbólicamente, sino bajo un movimiento espiritual bien calculado por Dios, cada una de estas razas primarias quedaron alcanzadas en semilla, en pequeño, en principio, pudiéramos decir “seminalmente”.

   Por otra parte, tenemos el ejemplo más convincente e impresionante del propósito bien calculado de Dios en el registro de la venida del Espíritu Santo el día del Pentecostés (Hch.2). Allí se hallaban reunidos ese día judíos y prosélitos de muchas partes, a los que Dios tomó por sorpresa aprovechándose intencionalmente de su reunión festiva. Todos escucharon la palabra ese día: Partos, medos, elamitas, los que habitaban en Mesopotamia, en Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia y en Panfilia, en Egipto y en las regiones de Africa más allá de Sirene, cretenses y árabes. Todos oyeron la Palabra de Dios, y de estos, como tres mil recibieron la Palabra. Pero lo que sí ocurrió fue que la noticia de ese nuevo mensaje llegó a todas esas regiones. Fueron literalmente impactadas por el poder de Dios ese día.

Así, en el libro de los Hechos Dios nos dejó registrado como él abrió la puerta a toda las razas, lenguas y naciones. Estas son las tres barreras básicas con las que se encuentra la obra misionera, y el secreto es usar la llave y abrir la puerta. Uno de los motivos por los cuales Dios nos dejó el libro de los Hechos es el de proveer un registro histórico y espiritual de que Dios abrió ya estas puertas, y que así nadie pueda discutir los contrario. Una vez que fueron abiertas, nadie podrá jamás cerrarlas.

   Siguiendo este principio bíblico podemos refutar y descartar el argumento cerrado, ignorante y carnal de alguno que dicen “¿para qué ir a otro lugar, si aquí hay tanto trabajo todavía?”, ó el de que “sería mejor terminar aquí primero y luego hacer que el evangelio llegue a otros lugares”, y aún el de otros que piensan “si nos falta tanto a nosotros, ¿cómo podemos pensar en ganar a otros?”. Mas bien, para tomar una ciudad y ganarla para Cristo debemos abrir representación de Cristo (una iglesia, grupo o célula) en cada colonia, encendiendo así la luz en ese sector. Si no se convierten de momento, sí les proveímos ya de luz. A su tiempo, conforme Dios los toque o force (espiritualmente), sabrán a donde ir y tendrán a donde acudir para la solución de su necesidad espiritual. Amén.

[2012 - Ariel Romero López]

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