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LECCIONES APRENDIDAS DE UN EVENTO SUSPENDIDO

Hubo por allá por el año del 2014 en San Diego, California, una plática entre yo y un viejo amigo ministro, quien, por cierto, ha llegado a desarrollar un ministerio evangelístico enorme, que está alcanzando a muchos miles de personas con el Evangelio por todo el continente americano.

Fue un tremendo encuentro (después de mucho años de no habernos visto) que nos causó una gran expectativa de hacer algo grande para Dios en mi ciudad; un gran evento, tan único como ningún otro que se haya hecho jamás en mi ciudad de Tecate, Baja California, México, desde de que yo tenga memoria.

¡El sabe como hacerlo! ¡El lo hace todo el tiempo en otras ciudades!

Mi amigo, después de haber hecho anteriormente un gran esfuerzo misionero en mi ciudad hace ya muchos años, ahora regresaba con un programa impresionante y mucho más gigante, con estrategias probadas y frescas, que prometian verdaderos y grandes resultados.

Lo platicamos, lo soñamos, lo visualizamos, lo pusimos en papel... lo decidimos. Haríamos el evento evangelistico en mi ciudad, y lo vincularíamos con la Convención Anual de la red de iglesias que yo dirijo; y asi, segun esperábamos, veríamos miles de almas venir a los pies de Cristo durante una sola semana.

¡Pues comenzamos a rodar las ruedas!, y a partir de ese mismo día empezamos a trabajar.

Pero... se suspendió ¡Si! Abruptamente se suspendió. Después de meses de planificación, comunicación constante, viajes de trabajo que costaron inversión de dinero de ambas partes, extendidos y costosos “meetings” de trabajo con mi equipo y el de ellos, emociones y fe comprometida de varias personas involucradas, permisos por escrito agenciados y conseguidos de nuestra parte desde por el gobierno de mi ciudad para la realización del evento y para el uso del mayor estadio de la ciudad, el  Manuel Ceseña.

De repente, por correo electrónico, recibimos la noticia de parte de un miembro del Equipo de mi amigo acerca de que, por razón de que al presentarlo a nivel pastores de la ciudad no se había percibido habido la respuesta deseada; se infería que la ciudad estaba saturada ya de eventos crisianos, por lo que no se contaba con la participación suficiente para el éxito de tan magno evento.

Y así, tal vez con toda la pena del mundo, mi amigo, sin ni una sola llamada telefónica ni alguna consulta o consenso en el que nos tomara en cuenta, envía ese “congelado y congelante” comunicado por conducto de su secretaria. ¡Simplemente lo suspendió!

Por supuesto que la noticia nos dejó completamente helados de momento, aunque la emoción de nuestro propio evento de Convención, el cual continuaria su planificacion y realizacion, nos mantuvo enfocados y animados.

Como debe de ser entre hermanos maduros, no quedó rencor alguno entre mi amigo y yo, de ninguna forma... en ningún momento y en ninguna medida; de hecho, nos hemos vuelto a ver “como si nada” y hemos platicado de tantas y tantas cosas acerca de la vida y del ministerio, conservando el respeto que siempre ha habido entre nosotros. Aunque parezca increíble, nunca pusimos (ni él ni yo) lo sucedido por encima de nuestra amistad y de nuestra relación ministerial. De hecho, creo que nunca volvimos a tocar el tema.

Sin embargo, esta experiencia también nos dejó muchas enseñanzas, entre ellas las siguientes, en las cuales vale la pena meditar:

  1. Cuando mi amigo me propuso el plan por primera vez en San Diego tal vez ese era el mejor momento de yo decir que no; pero como se trataba de mi amigo y vi su grande deseo de entrar de nuevo a mi ciudad y bendecirla, no lo pensé dos veces para apoyarlo. Tal vez allí mismo debí haber sido sincero y decirle que yo no tendría tal vez el tiempo necesario para buscar a los otros compañeros pastores y convencerlos de “entrarle al toro” para este evento.

  2. Al suspender, mi amigo puso la relación por encima del evento, porque pudimos haber “terminado muy mal” conforme nos exigieramos mas y mas el uno del otro conforme avanzara el proyecto. De hecho, recuerdo que me dijo aquella vez que platicamos: “Ariel, los eventos pasan, pero las amistades se quedan”. Creo que él prefirió cuidar nuestra amistad antes que vulnerarla durante los días que se avecinaban.

  3. Fue bueno no forzar las cosas. Los dos eventos que queríamos vincular eran de diferente naturaleza, 100%, y no combinaban bien. La Convencion nuestra es para critianos, para la gente de nuestras iglesias, con contenido en tema y lenguaje muy propio de nosotros; íbamos a tener que sacrificar mucho para dar paso a los oradores internacionales invitados por mi amigo, quienes se enfocarian en las almas nuevas... o bien, ellos iban a tener que sacrificar mucho al dejar de dirigirse al inconverso para alimentar a los creyentes. Hubo muchas cosas que a él no le parecían acerca de los temas que yo defendía que se incluyeran en el evento, y viceversa. La negociación pedía demasiado “rebaje” de ambas partes para llevarse a cabo. Al final, lo más probable era que no teminaria siendo ni una cosa ni la otra, ni una campaña ni un congreso, sino un híbrido entretenimiento que solo nos dejara muy cansados.

  4. Creo que al planificar y emprender, a veces lo que tenemos es un “gran deseo de hacer algo grande”, por lo que soñamos “sueños guajiros” que no se pueden o no se deben realizar, por más que entre amigos y colegas nos amemos y tengamos el “deseo de hacer cosas juntos”. El hecho de que seamos compañeros en el ministerio no significa que tengamos que hacer algunas cosas juntas para el reino; a veces es mejor que nunca las hagamos... ¡y eso esta bien!

  5. Me imagino que mi amigo se dio cuenta que yo no soy una voz de tanta influencia en mi ciudad como él lo asumio; mi trabajo está más en fundar iglesias en otras provincias y naciones. Mi amigo me aprecia y cree en mí, pero tal vez sobrecalculo al pensar que solo por yo invitar a pastores de mi ciudad vendrian a las reuniones de planificacion, pero no lo hicieron; mucho menos sería fácil que se comprometieran con un evento. En mi ciudad cada ministerio tiene sus propios programas, y así hemos funcionado bien. Cuando delegue a uno de nuestros mejores ministros a ir y hablar con la junta de pastores de la ciudad, no encontró la respuesta deseada, pues “por lógica” le hicieron muchas preguntas; además, esa Alianza de Pastores se componía de sólo un pequeño porcentaje de los pastores de la ciudad.

¿Que concluyo? ¿Qué entiendo de toda esta experiencia sorpresiva?

Al final de todo, creo que aunque nos extrañó demasiado la suspensión abrupta del evento fue lo mejor que se pudo haber decidido, mejor que continuar con algo que anunciaba un estrés impresionante, y un choque desgastante de visiones y expectativas.


© 2020 Ariel Romero Lopez

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